Usted es, sin duda, uno de los pioneros del Espacio en España. Ha estado al frente de numerosas estaciones de seguimiento en España, y estuvo muy involucrado en el proyecto Apolo, siendo testigo de la llegada del hombre a la Luna. Pero además tiene fama de buen comunicador. ¿Cómo le explicaría a la sociedad, y a los españoles en particular, qué beneficios les aporta la actividad espacial?
Valeriano Claros: Hay que pasar el mensaje de que no todo se hace para ganar dinero. Las actividades espaciales no fueron, en un principio, para ganar dinero, pero a partir del proyecto Apolo se vio que la inversión en Espacio sí tenía un retorno directo para la sociedad, en forma de tecnología. En aquel momento, se calculó que por cada dólar invertido en Espacio la sociedad recibía el equivalente a 10 dólares. Avances propios del Apolo, como los sistemas de modulación de las señales de telecomunicaciones para asegurar la conexión con los astronautas en la Luna, u otros como la micro-miniaturización, pues resulta muy caro enviar material pesado al espacio, sí que vuelven a la sociedad. Ahora están empezando los microsatélites, por ejemplo. Se dice que pagamos muchos millones de euros a la Agencia Espacial Europea para mantener la tecnología del Espacio. Sí, 140 millones de euros, lo que cuestan diez kilómetros de autopista. Y diez kilómetros de autovía no dan a la sociedad el beneficio que procura la tecnología desarrollada en el Espacio, en biomedicina, en tecnología de comunicaciones, etc.
Al mismo tiempo, gracias a la exploración científica, estamos ampliando los grandes conocimientos de la Humanidad. En España tuvimos mucha suerte porque, en el momento en que la NASA acordó traer estaciones espaciales, a muchos profesionales, entre ellos a mí, nos dieron una formación a la que otros europeos en aquel momento no tenían acceso. Y muchos de los que estuvimos trabajando entonces en las estaciones espaciales, con el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) pero para NASA, entramos en el mantenimiento y operaciones de la gran estación de Villafranca, hoy en día un centro científico. Fue de hecho una pena que no siguiéramos en esa senda, que iniciamos con el lanzamiento de INTASAT a mediados del 74. Porque en ese momento sabíamos del espacio tanto o más que los franceses. Pero los franceses no cejaron, se creó el gran CNES, mientras que en España las industrias no fueron ayudadas para que pudieran ponerse al nivel que logró Francia en aquellos momentos.
¿Cómo es la relación entre Ciencia e Industria en los proyectos espaciales?
V.C.: Hasta ahora, en lo que yo conozco, ha sido una relación fluida, y debe seguir siéndolo, pues los científicos buscan un fin y la industria se encarga de proporcionales los medios para lograrlo. En España fue un gran éxito el primer instrumento que voló al espacio, fabricado íntegramente en el país, desarrollado por el Instituto Astrofísico de Canarias en colaboración con la industria nacional. Fue ISOPHOT, al que han seguido muchos más equipos. Y esa política de la Agencia Espacial Europea (ESA) me parece muy positiva, pues los científicos dan las especificaciones para que las industrias desarrollen los instrumentos y, después, son los científicos los que calibran el instrumento antes de su lanzamiento, con lo que ya saben cómo se va a comportar en el espacio y si van a poder recabar la información que buscan.
¿Cómo nos puede cambiar el futuro eso que llaman el nuevo Espacio comercial, la explotación comercial de los satélites de telecomunicaciones y el abaratamiento de las comunicaciones espaciales?
V.C.: Yo espero que sea similar a la apertura que vivió el Espacio en el sector de las telecomunicaciones. En España, con la ESA, hicimos las pruebas para el Orbital Test Satellite (OTS), que consiguió, por primera vez, probar frecuencias en la banda KU, mucho más altas que las que usaban las comunicaciones con los satélites hasta entonces, en la banda C, donde empezaron los primeros satélites de televisión directa. Gracias al OTS, se obtuvieron mayor número de comunicaciones en el mismo ancho de banda. Y, poco después, esa tecnología desarrollada con el dinero de los contribuyentes se cedió a la industria, que empezó a construir satélites de comunicaciones, primero en EE.UU., luego en el resto del mundo. Ahí hemos visto una explotación comercial de la tecnología impresionante. Ahora parece que se abren nuevas expectativas, como el turismo espacial. Pero yo coincido con otros especialistas en que la investigación científica, como la que se lleva a cabo en la Estación Espacial Internacional (ISS), no debería mezclarse con actividades turísticas. Quizás la otra alternativa del futuro esté en volver a la Luna, la ESA ahora está evaluando si poner una base permanente en la cara oculta de la Luna. En su momento, estudiamos esa posibilidad, en el proyecto LEDA, pues la cara oculta de la Luna es un lugar accesible y libre de las interferencias internas de la Tierra, a diferencia de la cara vista. Además, la Luna es una plataforma muy estable para poner telescopios, por ejemplo. Pero, como en el caso de los viajes tripulados a Marte, de momento son solo especulaciones, porque es más bien una cuestión económica.
¿Qué cree que le falta a España dentro el sector espacial? ¿Y cuáles son sus fortalezas?
V.C.: Una de las grandes fortalezas que veo es la presencia de España en la ESA. Porque es una manera de que, sin tener que crear una agencia espacial propia, podamos participar en muchos campos, en colaboración con otros países. Y el acuerdo con la ESA, aunque ya no es tan taxativo como antes, sigue manteniendo una media de retorno del 90 %: esto es, el 90 % de nuestras inversiones en la agencia vuelven al país en forma de contratos de alta tecnología. Ésa creo que es la gran fortaleza de nuestra industria.
El problema es que no se puede, en un momento determinado, reducir esa contribución. Porque perdemos los programas opcionales, que son los importantes, pues es donde las industrias europeas compiten entre ellas. La contribución a la agencia tiene que ser estable, tiene que ser algo a medio-largo plazo, de manera que las industrias se puedan programar. De lo contrario, se quedan programas a la mitad o se pierden contratos. Espero que esto haya quedado demostrado y no vuelva a ocurrir en el futuro.
¿Considera que tiene que haber un mayor apoyo institucional a este sector, o cree que el sector industrial espacial tiene que ser capaz de competir por sí mismo?
V.C.: Ahora, en los proyectos de la ESA, las peticiones de oferta son abiertas, pero muchas veces participan empresas muy grandes y, si no hubiera un acuerdo con la ESA que indica que parte de la inversión del país tiene que volver, en forma de contratos de un determinado valor, a España, las empresas españolas tendrían menos posibilidades. Con lo que ese apoyo institucional abre las posibilidades al sector industrial. Y poco a poco hay una coordinación y cooperación entre la industria nacional y la de otros países para ir juntos en algunos contratos, y eso sí que es una transferencia de tecnología que hace que nuestra industria aprenda cosas para otros proyectos.
En España, tenemos ya una infraestructura espacial, contamos con nuestros propios satélites, nuestras propias estaciones: como Maspalomas, que, por desgracia me tocó cerrar cuando terminó el proyecto Apolo. Pero conseguimos que la infraestructura se mantuviese, cosa que no fue fácil, hasta que España estuvo en posición de retomar la actividad espacial. Arrancó de nuevo con una antena para los servicios de observación de la tierra y hoy está allí el COSPAS-SARSAT de búsqueda de náufragos en el Atlántico y satélites institucionales de comunicaciones como XTAR-SPAINSAT de Hisdesat, fundamentalmente militares. Como Fresnedillas, cuyo uso es también institucional, del Centro Nacional de Inteligencia (CNI). Y el hecho de tener estas estaciones redunda en que no tenemos que contratar esos servicios a terceros países. Hemos conseguido, por suerte, que las infraestructuras que construyó en su momento la NASA (Cebreros, Maspalomas y Fresnedillas), junto con JPL, fueran cedidas a España y gestionadas por el INTA. Así, con una inversión mucho más pequeña, España cuenta con estos centros, desde los que da servicio a otras agencias espaciales como ESA, NASA y JAXA, y otras entidades como EUMETSAT, JAXA (Japón), por ejemplo, que tienen una antena en Maspalomas. Y eso nos dio una ventaja con respecto a otros países en Europa.
¿Por qué, a diferencia de otros países, no existe en España un Agencia Espacial? ¿La considera necesaria?
V.C.: Si construir una agencia espacial en España significa que tenemos que crear una estructura tipo el CNES francés o el DLR alemán, eso sería muy caro y no sé si realmente sería la solución. Creo que la solución pasa por que haya un organismo, no sé si una Dirección General, que sea dueño de la gestión y del presupuesto. En el último consejo a nivel ministerial de la ESA, la representación española fue un gran fiasco, no acudió ningún ministro, sino representantes de tres o cuatro ministerios. Porque nadie quería dar la cara y decir que íbamos a reducir la contribución. En el evento conmemorativo de los 50 años de Cooperación Espacial en Europa, en el centro de la ESA en Villafranca del Castillo (ESAC), en 2014, yo tuve ocasión de hablar un momento con Rajoy – a quien no conocía personalmente hasta entonces- y estaba muy sorprendido de la gran infraestructura española en ESAC. Y es que lo que hemos conseguido hacer los españoles desde que se creó la ESA no ha trascendido a los niveles que tendría que haberlo hecho en el estado.
“A partir del programa Apolo se vio que la inversión en Espacio retornaba a la sociedad en forma de tecnología”
Yo espero que esa reducción en la contribución a la ESA ya no vuelva a ocurrir y que el presupuesto de I+D+i se mantenga estable, pues no sólo afecta al espacio sino a muchísimas industrias que están haciendo investigación y desarrollo y no pueden quedarse de pronto sin presupuesto. ¿Hace falta un organismo que se llame agencia española del espacio? Bien, pero que sea un organismo que simplemente tenga el dinero, controle los presupuesto y coordine la relación con las industrias. Y eso puede hacerse con una institución más simple que el CNES o el DLR. Me gusta cómo lo ha llevado la agencia espacial británica, que creo que está formada por 50 personas, y con esas 50 personas controla un presupuesto mucho más grande que el nuestro. Porque la coordinación entre los ministerios a veces son dificultosas y debería haber un núcleo pensante único, capaz de mirar a medio – largo plazo y pensar en qué queremos ser y, sobre todo, en qué queremos que nuestra industria sea capaz de hacer, en un futuro, en el mercado libre.
A lo largo de su carrera ha trabajado tanto con la NASA como con la ESA. ¿Cuáles son las principales diferencias entre estas dos agencias espaciales?
V.C.: Si me voy hacia atrás, cuando yo empecé, yo venía con una formación de la NASA. Sobre todo con el proyecto Apolo, pues más que un programa científico era un programa político, y había mucho dinero para formación de personal. Yo hablo no desde el punto de vista industrial, porque no trabajaba en la industria, sino en las operaciones y en el mantenimiento de las estaciones espaciales, en mi caso la estación de Maspalomas. Entonces la NASA tenía todo preprogramado, todo venía con instrucciones, llamadas ‘Engineering Instructions’, perfectamente regladas y documentadas. Existía un centro de soporte técnico en Goddard, el Network Support Team, con una persona 24 horas al día 7 días por semanas, para ayudarte a resolver cualquier problema, bien de operación, bien de hardware. Eso, cuando yo llegué a la ESA, no existía. Y los españoles -porque fuimos muchos los que entramos a trabajar en la ESA- aportamos nuestro granito de arena en la administración de la ingeniería dentro de la Agencia Espacial Europea. Las cosas han cambiado, y hoy la única gran diferencia es que una tiene un presupuesto diez veces superior a la otra, y eso de alguna manera se nota. Pero el proyecto científico de la ESA no tiene nada que envidiarle al de la NASA en cuanto a investigación, en cuanto al conocimiento obtenido como resultado de las misiones. El último caso, que ha tenido impacto en todo el mundo, ha sido la sonda Rosetta, que ha logrado posarse sobre un cometa. Está ocurriendo que ESA ya está empezando a colaborar, como antes la NASA colaboraba con nosotros, con países que quieren ponerse a nuestro nivel, como India o China. En ExoMars, los americanos nos dejaron en la estacada pero hemos conseguido, en cooperación con Rusia, continuar con el programa, y una primera parte de la misión ya está volando.
¿España tiene suficientes estudiantes en carreras técnicas y científicas, que nos garanticen seguir en los primeros puestos del sector espacial en los años venideros?
V.C.: Yo diría que sí, porque ha habido escuelas técnicas, por ejemplo la Escuela de Aeronáuticos, que antes no estaban muy volcadas en Espacio y hoy tienen un gran plantel de ingenieros que no sólo se dedican a la aeronáutica, sino que llevan a cabo muchas actividades espaciales. Pedro Duque, entre otros muchos, es ingeniero aeronáutico. En su momento, fuimos los ingenieros de telecomunicaciones quienes arrancamos la actividad, con el acuerdo de colaboración que se estableció entre universidad y empresa, que hizo que también la universidad empezara a desarrollar equipos para las estaciones terrestres, que en aquel momento era lo que hacía falta en España. En los años 80, yo participé, con el que después fue el director de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Telecomunicación, Vicente Ortega Castro, en un proyecto de la ESA para buscar empresas españolas que, con ayuda de la ESA, pudieran dedicarse a construir elementos para estaciones de seguimiento espacial. Era el célebre momento de las VSAT, pequeñas antenas que proliferaron por toda España y que ya están desapareciendo por el uso de la fibra óptica. Empresas hoy conocidísimas en el mercado espacial salieron de este proyecto.
Y, en el campo de la ciencia, la estación de Villafranca fue un centro de formación para el gran plantel de astrofísicos que hoy hay en España, entre ellos Álvaro Giménez, actual director de Ciencia de la ESA, que trabajó en la misión International Ultraviolet Explorer (IUE), un acuerdo entre ESA, SRC (SCIENCE RESEARCH COUNCIL, Reino Unido) y NASA. El IUE fue el germen de la ciencia espacial en España, aparte, naturalmente, de la ciencia y la investigación que se hacía con los telescopios espaciales en tierra, a través del Instituto Astrofísico de Canarias, el Instituto Astrofísico de Andalucía, etc. Una vez que se terminó el IUE, que duró 18 años, teníamos un archivo de casi 104.000 espectros en el ultravioleta y se permitía venir a los estudiantes de astrofísica a hacer sus tesis y tesinas. De hecho, cuando estaba aún en funcionamiento, venían tantos científicos de toda Europa que creamos el Laboratorio de Astrofísica Espacial y Física Fundamental, un acuerdo entre la ESA, el INTA y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) para que alumnos con becas estuvieran en contacto con los científicos que estaban desarrollando investigaciones, para ayudarles a hacer sus tesis. Hoy, estos científicos están trabajando en la ciencia espacial gracias a esa formación. Eso fue un gran éxito y hoy la ciencia española colabora con la ciencia mundial.
“En España fue un gran éxito el primer instrumento que voló al Espacio, fabricado íntegramente en el país, desarrollado por el Instituto Astrofísico de Canarias en colaboración con la industria nacional”
¿Cómo cree que se pueden fomentar estas vocaciones?
V.C.: Hablar del Espacio siempre tiene éxito, es un tema muy atractivo y muchos estudiantes vienen a coloquios relacionados con el Espacio. Recuerdo una conferencia que di en Asturias, en la cárcel de Villabona, a la que acudieron casi 350 reclusos que mostraron mucho interés. Hay que intentar contagiar las ganas de hacer tecnología, de entrar en el Espacio. No hace falta ser ingeniero aeronáutico, hay médicos, abogados, personas que tienen que llevar a cabo tareas de administración… Casi todas las carreras están representadas.
“Si construir una agencia espacial en España significa que tenemos que crear una estructura tipo el CNES francés o el DLR alemán, eso sería muy caro y no sé si realmente sería la solución”
¿Qué mensaje le gustaría transmitir, en relación con el Espacio, al nuevo equipo de Gobierno que vaya a liderar el país?
V.C.: Lo primero, que hay que cuidar la contribución de España a la ESA. Pero no sólo eso; hay que tener la mentalidad de que el dinero que se invierte en I+D+i no puede considerarse un gasto, sino una inversión: una inversión de futuro, para la industria, para los científicos. Y no puede ser lo primero que se recorte, sino que debe ser lo último. En este sentido, creo que hemos aprendido “por las malas” que, cuando se hace una reducción en un momento de crisis en este sector, se ven afectadas las 40 o 50 empresas que forman la industria espacial en España, hasta el punto de que algunas se quedan sin actividad. Y que piensen, si no en una agencia espacial española, en una estructura unificada, como he dicho previamente.
TEXTO: Oihana Casas
FOTOS: Guillermo Sola