El Centro de Experimentación de El Arenosillo es un moderno centro de experimentación de misiles, ubicado en la provincia de Huelva, que depende de la Subdirección General de Experimentación y Certificación del INTA. Un espacio que primero empezó siendo un campo de lanzamiento de cohetes sonda y acabó convirtiéndose en un moderno centro de experimentación tal y como lo conocemos hoy en día. Mariano Velázquez Velasco, ingeniero técnico aeronáutico y uno de sus protagonistas, llegando a ser jefe del mismo en julio de 1982, ha recogido en un libro todo su nacimiento, recorrido, logros y transformaciones de un proyecto que comenzó a gestarse en los años 60. En 1966, la NASA y la CONIE -la Comisión Nacional de Investigación del Espacio- firman dos acuerdos, uno denominado “Programa de Cooperación con NASA a corto plazo”, para el equipamiento del campo y los primeros lanzamientos; y el otro el “Programa de Cooperación con NASA a largo plazo”, para los experimentos científicos a desarrollar en el campo de ensayo. En el programa a corto plazo, ambas instituciones reconocían su mutuo interés en realizar un proyecto cooperativo para obtener información meteorológica a gran altitud en España, y ensayar y evaluar equipos y técnicas para observaciones con cohetes de sondeo meteorológicos”.
Así nació lo que sería el futuro Arenosillo, y que se ha convertido en lo que conocemos hoy en día. Los cohetes tipo Booster-Dart y Arcas serían los primeros en lanzarse para obtener información sinóptica sobre vientos, temperatura y presión a altitudes de 30 a 60 kilómetros. Lo que se esperaba de todo ello era recopilar datos que aportaran información sobre la dinámica de la circulación atmosférica para el empleo en el estudio de la meteorología y de las atmosferas planetarias.
A finales de 1964 dieron comienzo los estudios con el fin de seleccionar un lugar para el Campo de Lanzamiento y para escoger los tipos de cohetes a utilizar y la instrumentación necesaria. Éstos fueron encomendados al INTA -Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial-, y se encargó el recién creado Departamento de Estudios Avanzados a cuyo frente se encontraba Segismundo Sanz Aránguez, quien designó para realizarlo a los ingenieros aeronáuticos Álvaro Azcárraga y Pedro Sanz-Aránguez, que previamente habían completado su formación en Estados Unidos, contando para ello con apoyo de personal de otros departamentos del Instituto. Finalmente, se decidió que la zona idónea fuese el sur de España, debido a las condiciones técnico-operativas que exigía el proyecto, concretamente en el denominado Coto de Mazagón (Huelva), situado entre el arroyo seco o barranco llamado, por el personal forestal de ese entorno, el Arenosillo o El Arenoso, de ahí el nombre dado al Campo.
Primeros lanzamientos
El campo de lanzamiento de El Arenosillo obtuvo el alta operativa el 1 de octubre de 1966, y efectuó su primer lanzamiento bajo la dirección de Álvaro Azcárraga el 15 de octubre, con gran expectación y satisfactorio desenlace. Después del primer lanzamiento, hecho con un cohete Skua, el primero de una familia de cohetes de sondeo, fabricado por la BAJ británica, de la que con el tiempo se lanzarían sus cuatro modelos en El Arenosillo. Estos cohetes constaban de un propulsor principal, el Bantam, y un sistema acelerador formado por un número variable de motores empujadores, los Chick, dependiendo de la versión utilizada según las actuaciones que se precisasen (entre 70 y 110 km de altitud) con cargas útiles de hasta 15 kg. Este primer lanzamiento superó los 60 km de altura. A continuación, se hicieron otros dos con cohetes Judi-Dart que alcazaban 55 km. El Judi-Dart fue el primero de los cohetes HASP (High Altitude Sounding Projectile) lanzado desde este campo, dentro de la primera campaña meteorológica CONIE-NASA, y podía ser usado para obtener la dirección y la velocidad del viento, así como la temperatura de la atmósfera en las zonas de sondeo.
En la primera campaña del Programa Meteorológico Cooperativo CONIE-NASA se preveía el lanzamiento de cinco Skua 1 y de doce Judi-Dart, con el fin de medir la temperatura, la velocidad y la dirección del viento en la zona atmosférica entre 20 y 70 km (en estos momentos el interés meteorológico llegaba a los 70 km).
La noche previa al primer lanzamiento oficial había llovido bastante, pero al día siguiente salió el sol y desaparecieron las nubes para presenciar el momento. Este lanzamiento tenía como objetivo medir vientos y temperatura a la hora marcada por la normativa internacional. El cohete Skua 1 fue lanzado de forma correcta, sin embargo, al no recibir las señales de telemedida únicamente hubo medición de vientos y no de temperatura. A este acto asistieron autoridades y medios de comunicación, que se hicieron eco de la noticia al día siguiente diciendo que “se había realizado con toda precisión”. El siguiente lanzamiento, el del segundo Skua 1, hay que mencionarlo de forma especial dada su importancia. El cohete despegó incorrectamente del lanzador, y tras volar de forma errática a baja altura, acabó cayendo sobre el propio campo de El Arenosillo. El análisis realizado por el centro permitió observar algunas anomalías en el sistema lanzador. Se llegó a la conclusión de que el fallo estuvo “en la tapa de cierre trasera, que al abrirse impidió una presión hacia arriba, originándose una pérdida en la velocidad de salida del cohete y un fallo en la expulsión normal del sabot (una pieza del cohete que permite que se desplace según el eje del tubo lanzador)”. Tras el fallo, el fabricante asumió la responsabilidad.
Grandes hitos
A partir de la primera presentación internacional de datos de El Arenosillo, en Praga, se realizaron centenares de lanzamientos. Uno de los grandes hitos que forman parte de su historia tuvo lugar el 9 de octubre de 1974, con el lanzamiento del primer prototipo del cohete INTA-300. Se trataba de un cohete cuyo objetivo era llevar una carga útil de 50 kg, a 300 km de altura, de ahí la denominación de INTA-300. Días después del lanzamiento de este cohete, el 15 de noviembre de ese 1974, tuvo lugar otro hito como la puesta en órbita del satélite Intasat, el primero del INTA y también el primero que España enviaba al espacio, y el Arenosillo sería uno de los puntos de recepción de datos científicos. Otros cohetes desarrollados en el INTA como el INTA 250, INTA 255 y el INTA 100 fueron lanzados en El Arenosillo.
En la actualidad
En 1994 el Arenosillo dejó de operar como base de lanzamiento de cohetes de sondeo. En este año se produjeron los últimos vuelos de un cohete de sondeo, cuando el campo ya se estaba dirigiendo hacia nuevos caminos que permitirían su continuidad. La instalación sigue hoy activa y ha cobrado gran importancia en otros programas del INTA y del Ministerio de Defensa, fundamentalmente los estudios atmosféricos y los ensayos de aeronaves no tripuladas (RPA), bajo la denominación de Centro de Ensayos de El Arenosillo (antiguo CEDEA), dependiente de la Subdirección de Sistemas Aeronáuticos del Instituto.
El caso más actual, por ejemplo, es uno de los acuerdos firmados entre el INTA y PLD Space, el cual permitirá lanzar desde el Centro de Experimentacion de “El Arenosillo” el cohete suborbital MIURA 1, durante el tercer trimestre de 2019, cuyo objetivo es proporcionar acceso científico y comercial al espacio desde España. Uno de los episodios más amargos fue en el verano de 2017 cuando un incendio se desató en el paraje conocido como La Peñuela de Morguer y quemando casi 8.500 hectáreas y provocando numerosas perdidas materiales y ambientales en el entorno de Doñana, y que acabó afectando a las instalaciones del Centro de Experimentación de El Arenosillo, sobre todo al cercado de sus instalaciones, a los medios de vigilancia, al suministro de electricidad y que calcinó varios vehículos. Un episodio del que ya está recuperado.
El Arenosillo: Una historia sentimental
Por Álvaro Azcárraga
Siendo el tema uno de los primeros hechos notables de la actividad espacial española es conveniente repasar los orígenes de la misma. Los acuerdos con la recién creada NASA americana para establecer estaciones de seguimiento en suelo español fueron indudablemente los primeros pasos, en 1958. Pero España quería más, y se unió a otras diez naciones europeas para crear, en la conferencia de Meyrin en 1960, lo que sería la Organización de Investigación Espacial europea, más tarde agencia bajo el nombre de ESA.
Simultáneamente se inició el proceso de tener un mando único en el sector, para lo que se constituyó la Comisión Nacional de Investigación del Espacio (CONIE) que incluía miembros de todos los estamentos interesados en el Espacio, y cuya presidencia y secretaría general la formarían dos generales del Cuerpo de Ingenieros Aeronáuticos, el presidente del INTA, Rafael Calvo, y el director general del instituto, Antonio Pérez Marín. Para comprender esto hay que recordar que en la época todo lo que volaba era jurisdicción del Ministerio del Aire, incluso los aviones fumigadores del Ministerio de Agricultura.
El Comité Científico-Técnico de la CONIE se encargó en redactar un primer programa espacial genuinamente español, que contemplaba la creación de un campo de lanzamiento de cohetes de sondeo y el desarrollo de un cohete capaz de alcanzar la mesosfera con una carga útil de tamaño aceptable. No es, pues, de extrañar que dos ingenieros aeronáuticos jóvenes, casi recién llegados de los EEUU, donde habían obtenido sendos másters en prestigiosas universidades americanas, fueran elegidos para dirigir el desarrollo técnico del cohete, Pedro Sanz, desde el departamento de Motopropulsión, y el que suscribe del campo, desde el departamento de Equipo y Armamento del INTA. El director del programa era el ingeniero aeronáutico Luis Pueyo, uno de los componentes de la delegación española en Meyrin, donde se creó el esfuerzo espacial paneuropeo.
En el otoño de 1965, ambos ingenieros acompañados por el ingeniero aeronáutico Jorge Soriano, que daba criterio de autoridad a sus jóvenes acompañantes, hicieron un viaje por las costas de la Península (las islas fueron desechadas por los costes logísticos, y el Mediterráneo por el ya masivo turismo) eligiendo finalmente como emplazamiento unos terrenos del Patrimonio Forestal en la zona del Pico del Loro, barranco Arenosillo, playa de Mazagón, provincia de Huelva. Las peripecias de esta búsqueda, y la subsiguiente negociación con las autoridades locales darían para otro artículo más extenso que éste. Baste ahora decir que el INTA terminó siendo usufructuario de unas hectáreas de terreno sobre unas dunas treinta metros por encima de la extensa, y en aquella época vacía playa. Por no haber, aparte de escorpiones, avispas y alguna víbora, no había ni carretera.
Ahora empezaba el trabajo espacial propiamente dicho. Diseñar el campo, levantar sus protecciones, polvorines, rampas de lanzamiento, centros de control, torre meteorológica, comedores, accesos. La parte de los edificios se hizo con el soporte de la sección de infraestructuras de la Maestranza aérea de Sevilla, y, lo más importante, el laboratorio de calibración y electrónica para las cargas útiles, que se hizo en tres semanas por un equipo de la sección de electrónica del Departamento de Equipo y Armamento del INTA dirigido por José María Dorado, que años más tarde sería el director de proyecto del primer satélite español. Además se negociaron sendos programas cooperativos para la investigación de la alta atmósfera con el Instituto Max Plank de Lindau, en Alemania, y con la propia NASA, en Wallops Island, cerca de Washington.
Esta dualidad obligó a tener dos equipos de lanzamiento distintos, toda vez que los vehículos lanzadores lo eran, y enviar dos equipos a prepararse a los países proveedores de los cohetes. Uno a los EEUU, bajo el mando de Víctor Manuel Álvarez de León, y otro al Reino Unido, bajo el mío. El equipo americano se ocupó también de los radares, toda vez que eran una cesión de la NASA (procedentes de la guerra de Corea, y a los que los técnicos españoles sacaron un rendimiento sobresaliente) mientras que el equipo europeo se ocupaba de las cargas útiles, seguridad de los lanzamientos, comunicaciones y meteorología.
El campo de lanzamiento de El Arenosillo obtuvo el alta operativa el 1 de octubre de 1966, y efectuó su primer lanzamiento bajo mi dirección el 15 de octubre, con gran expectación y feliz desenlace del mismo. La dualidad entre los equipos de lanzamiento acabó a las pocas semanas, al tener que abandonar su puesto por problemas de salud de su mujer, Álvarez de León, y quedándome yo de responsable de ambos.
El cuadro de mando quedó establecido bajo la autoridad del Director del Departamento, Guillermo Pérez del Puerto, por el jefe de la sección de Experimentación en vuelo, Luis Martínez Carrillo, y la dirección técnica, seguridad y lanzamientos el que suscribe.
Después del primer lanzamiento, hecho con un cohete Skua que superó los 60 km de altura, se hicieron otros dos con cohetes Judi-Dart que alcanzaban 55 km. La diferencia esencial era que el Skua, más grande y sofisticado, llevaba una carga útil que permitía medir vientos y temperatura, al contrario que el americano, que solo podía medir vientos. Esto era así porque el radar seguía los movimientos de una nube de virutas aluminizadas que se eyectaban en el apogeo, mientras que la carga útil del Skua consistía en un cilindro con una sonda de temperatura, que una vez eyectada caía con un paracaídas metalizado, cuyos movimientos también seguía el radar. Previo a cualquier lanzamiento se hacía un tiro de prueba con cohetes JATO (jet assisted take off) que alcanzaban unos miles de metros de altura, para comprobar la calibración del radar y de la asistencia óptica esclavizada a la antena, que ayudaba a que el radar enganchara al cohete en su fase inicial de lanzamiento. Además el mismo radar servía de elemento de vigilancia para la zona de impacto en el mar de los cohetes en su descenso, siguiendo las normas de seguridad establecidas, en consonancia con las reglas internacionales (sobre la seguridad hay un artículo de este autor publicado en la Revista de Aeronáutica y Astronáutica a finales de 1966 o principios de 1967) y se emitían los preceptivos NOTAM para limitar el uso del espacio aéreo en la zona de lanzamientos.
Uno de los temas fundamentales era calcular el perfil de vientos más probables en el momento del lanzamiento, pues al no ser cohetes guiados estos tendían a inclinarse contra el viento, habiendo unas limitaciones generales sobre cuánta era la variación admisible entre lo medido con globos meteorológicos antes y la probable en el momento del lanzamiento, lo que daba lugar a encendidos debates en el centro de control. También a los profanos en la técnica de lanzamiento les debía de producir cierto desasosiego el observar que algunas veces se apuntaba a Huelva la rampa de lanzamiento cuando el viento era de levante, para que la trayectoria acabara en la dirección Sur apropiada. Aquí era fundamental el trabajo del meteorólogo del campo, Luis Sánchez Muniosguren, que además era el responsable del procesado de los datos y su oportuna interpretación, en una época en que la informática estaba en mantillas.
Todo esto se cuenta para dar fe del inmenso trabajo efectuado para hacer operativo el campo de lanzamiento, trabajo posible gracias a la buena salud de todos los implicados, y al entusiasmo generado por saber que se estaba haciendo historia.
Todas las historias tienen sus momentos dramáticos, y el segundo lanzamiento de un Skua, en noviembre de 1966, es buena prueba de ello. Por un fallo mecánico en la complicada rampa de lanzamiento del cohete, este despegó con una trayectoria inestable, y se estrelló a unos cientos de la rampa, no sin antes haber pasado entre el centro de control y los radares, con gravísimo peligro para el personal del campo y los distinguidos visitantes del día, entre otros el Teniente General Jefe de la zona aérea del Estrecho, Ángel Salas Larrazábal, más tarde regente del Reino a la muerte de Franco, como componente del triunvirato previsto al efecto. ¡Vaya si se hubiera hecho historia de haber tenido más efecto el fallo que el susto, y disgusto correspondiente! Las actividades del campo se suspendieron sine die, mientras que una comisión formada por los armeros Victoriano López, Pedro Sánchez, el ingeniero técnico Luis Casado, con el autor, en comisión de servicio en el Reino Unido esclarecían las causas del fallo, rediseñaban la rampa de lanzamiento y hacían dos tiros de prueba en la base del ejército británico de las Hébridas exteriores, en Escocia. Una vez satisfechos, se reanudaron los lanzamientos en El Arenosillo. También hubo fallos con los Judi americanos, pero no del vehículo portador, sino de la eyección de la carga útil.
Así pasó 1966, y la mayor parte de 1967, donde se negociaron nuevos programas con los dos socios iniciales, y se concertó uno mucho más ambicioso con la entidad espacial francesa CNES. Lo que dio como resultado la instalación de cineteodolitos en las costas de Sanlúcar de Barrameda, en terrenos graciosamente cedidos por el Teniente General Infante de Orleans, y que permitía la filmación en ángulo recto con respecto a la trayectoria de los cohetes Nike-Cajun que superaban los 150 kms de apogeo, la cesión por parte de la NASA de un segundo radar para el campo, visto el rendimiento obtenido con el primero (fue dos años consecutivos el radar más preciso de todos los equivalentes de la NASA), la entrada del campo como miembro del EXAMETNET, la red americana de campos de lanzamiento para estudio de la atmósfera, los lanzamientos con cohetes Centauro franceses, y sobre todo para nosotros, la preparación para el lanzamiento del muy esperado cohete INTA 255. Esto nos llevó a Luis Martínez Cerrillo, Luis Sánchez Muniosguren y a mí, a pasar un mes de enero de 1968 en las gélidas tierras de Alaska (Point Barrow) para refinar nuestra capacidad operativa con los Nike-Cajun. Y, posteriormente, a la primera presentación internacional de datos de El Arenosillo en Praga, a los pocos meses de la invasión soviética. ¡Eso sí que nos pareció una aventura, y no las del campo de lanzamiento! Por cierto, esta presentación sirvió para ganarnos el respeto de la entonces todopoderosa vicepresidenta de la Academia de Ciencias soviética, doctora Allia Massievitch, y el inicio de una posible cooperación hispano soviética en el campo de la investigación atmosférica, que no llegó a término, en mi opinión, por presiones americanas.
A partir de aquí se realizaron centenares de lanzamientos, se publicaron decenas de trabajos y España tuvo el honor de ser la referencia internacional para los datos de la mesosfera (CIRA 1970), lo que no está nada mal para una obra que costó 28 millones de pesetas unos 12 millones de euros de hoy), y fue una referencia reconocida en el ámbito científico internacional.
Tengo que expresar mi admiración y respeto por el personal del Campo, por su dedicación y rendimiento, no siempre en las mejores condiciones de trabajo, y mi gratitud a todas las autoridades del INTA y la CONIE por su respeto al trabajo de los jóvenes ingenieros, sin más intromisiones que las estrictamente imprescindibles, que la mayor parte de las veces fueron para defendernos de ciertas envidias de otros estamentos de la época.